Con motivo del próximo encuentro con Pedro Olalla, aprovechamos para compartir aquí unas breves notas sobre la lectura que hicimos de su último libro «De senectute politica», tercera entrega de su «Trilogía de la Aristeia» (Acantilado), cuyos contenidos servirán de soporte para el taller «La necesidad del humanismo» que impartirá el fin de semana del 27 al 29 de marzo en Tossa de Mar.

De senectute politica
Carta sin respuesta a Cicerón

La refutación de los cuatro motivos por los que la vejez puede parecer miserable es a lo que, esencialmente, Cicerón dedica su espléndida De senectude. La única obra latina, según afirman algunos estudiosos, exclusivamente consagrada a los ancianos. Cicerón lo hizo a la manera griega, mediante el diálogo y se sirvió de la autoridad del gran Catón para exponer sus argumentos.

Pedro Olalla, en su fascinante De senectute politica, también recurre a un modo griego, en este caso al género epistolar. Partiendo de unos versos de Safo, hallados en unos fragmentos de papiro reutilizados para amortajar una momia de Egipto, un Ático del siglo XXI (es decir, el propio autor) remite una misiva al gran pensador latino, con quien entabla un vívido diálogo.

Pero su epístola no es solo una extraordinaria apología a la vejez, como algunos apuntan, sino que se sirve de ella para mostrarnos la actual versión de una degenerada democracia. Aborda en su libro temas como la corrupción política, la precariedad bajo la que vive gran parte de la sociedad, la necesidad de más cooperación ciudadana, el servicio que prestan hoy los ancianos en nuestras sociedades, la inigualdad de género, la urgencia de un cambio de mentalidad y de actitud por parte de los ciudadanos, entre muchos otros temas esenciales.

Pedro Olalla escribe un sabio ensayo filosófico que absorbe nuestra atención a lo largo de sus noventa páginas, tanto por la lucidez de sus argumentos como por la belleza de su prosa, en el que intercala preciosas leyendas, como la que reproducimos a continuación:

«Por esas esquirlas, como si se tratara de una escena pintada sobre un ánfora rota, conjeturamos que la Aurora se enamoró del apuesto Titono, y que, para poder gozar eternamente de su amor y de su compañía, llegó a rogarle a Zeus que lo hiciera inmortal. El soberano olímpico accedió, y Titono fue dispensado de la muerte, pero no quedó libre del tiempo y la vejez. Así que, año tras año, envejecía al lado de su joven esposa —eternamente joven—, sintiéndose atrapado en un destino extraño y trágico, ajeno a los mortales tanto como a los dioses. Consumido y decrépito, acabó recluyéndose en su lecho, donde continuó menguando, y donde, cada noche, seguía visitándolo la compasiva Aurora, a la que no podía hacer llegar más que un quejido arrancado con esfuerzo de sus abatidas entrañas. Un dios —no sabemos quién fue— se apiadó de él y lo mudó en insecto, en adusta cigarra, que desde entonces gime con desgarro y vive de las gotas de rocío que la Aurora derrama como lágrimas. A esto se añade un autor del tiempo de Nerón —entretejiendo el mito de Titono con el de la Sibila cumana— que aquello que repite con cadencia tenaz la voz de la cigarra (¡Mori…, Mori…, Mori…!) no es otra cosa que una súplica para que su muerte no siga demorándose.»

¡No dejéis de leer este maravilloso libro!

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