(Escribo esta nota después de haber estado del 8 al 10 de octubre, con 12 personas más, en un retiro filosófico conducido por Josep Maria Esquirol y organizado por Entelequia Cultura)

Josep Maria Esquirol, el Humano

Qui vol res més que ser un home entre molts?
Joan Vinyoli

Pay attention. Be astonished. Tell about it.
Mary Oliver

Sus libros están en el mismo estante que los clásicos de la sabiduría antigua. Cuando lo lees, te sientes como en casa. No escribe por ambición, otro trabajo tiene. Escribe por generosidad. Todo parece escrito pensando en mí, pensando en ti.

Josep Maria Esquirol habla con pasión. Se lo juega todo en cada palabra. Y lo hace sin trucos: el único truco es haber vivido la vida. Y haberlo hecho sometiéndola a examen.

Elige las palabras con cuidado y las junta con sutileza. Evita los tecnicismos, los anglicismos, las palabras abstractas. El suyo es un lenguaje claro y concreto. Se hace entender. Eso sí, profundidad hay, y mucha. Es un interruptor que pone en marcha la máquina del pensar y del sentir.

Nos dice que querría escribir con la misma intención con que los grandes poetas componen un poema. Y habla con admiración de Eliot, Miguel Hernández, Vinyoli, Lluís Solà.

A menudo nos mira y nos dice: “¿Se entiende? No pasa nada si no lo entendéis” y en los labios se le esboza una sonrisa pícara. “A veces conviene no explicar demasiado”. Estamos en el umbral misterioso de las cosas que se resisten a ser denominadas.

Hay elegancia en sus gestos, en su talante. Viste de forma austera, sin estridencias. No es nada vanidoso. Lleva un reloj de pulsera. En ningún momento consulta el teléfono. Se diría que vive el presente con intensidad y no está pendiente de la actualidad.

A la manera de la música de Bach, su voz nos acompaña, sin la pretensión de imponerse.

En una época en la que a menudo los profesores perciben la actividad docente como una tarea ingrata, nos dice que él quiere seguir dando clases mientras pueda. Sabe que en la vida lo más valioso pide ser dado. A la vez, habla con devoción y emoción de sus maestros.

No le falta sentido del humor: de vez en cuando estalla en risas con la pureza de un niño.

Es filósofo de pies a cabeza: muchas frases las acaba con un “¿y por qué?”. No rehuye defender sus ideas con vehemencia. Lo hace por honestidad. Y haciéndolo, nos ayuda a definir mejor sus contornos. Si en algún momento carga demasiado las tintas da un paso al lado y concluye: “¡Pero ep, tú haz lo que quieras! ¡Yo puedo estar equivocado!”.

Nos invita a no etiquetar. Bien al contrario: a confiar en el autor y a entrar con ingenuidad, sin prejuicios, con cierta obediencia. Y en todo caso, una vez nos hayamos empapado de aquel contenido, y solo si se tercia, ya lo criticaremos.

Me lo imagino huyendo de los dogmatismos, de los juicios de valor, y de la palabrería. En el deber de vivir bien no hay tiempo para perder. Como escribe Philippe Jaccottet sobre los poetas, su responsabilidad es “velar como un pastor y convocar al que corre el riesgo de perderse si se duerme”.

A menudo retarda su habla y dice con énfasis fijando la mirada en el infinito: “es increíble”. Por ejemplo cuando describe la bóveda celeste, o la capacidad humana de prometer, o el gusto del pan y el aceite… y es que, bien mirado, son maravillas.

Su pensamiento es el que se me ha metido más en el tuétano de las cuestiones que queman. Esto es: de cómo vivir. Y aquí me paro. Apenas he tocado el borde de su pensamiento. Hay que leerlo entero, no vale hacer pedazos.

Si fuera un rey (cosa que a él no le gustaría nada), lo llamaríamos Josep Maria el Humano.

Oriol Llauradó
Cardedeu, octubre de 2021

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(Traducción del original en catalán por Rita Rodríguez)
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