Acerca de la trilogía de Pablo Martín Sánchez

Estos tres datos clave (“quién”, “cuándo” y “dónde”) son el germen de la trilogía del escritor Pablo Martín Sánchez, autodenominada “Biografía mínima”, cuyo tercer volumen, según sabemos, está acabando de escribir en la Fondation Jan Michalski (Montricher, Suiza), gracias a una beca. Así, cada libro se gesta a partir de aquello que lo define institucionalmente: su nombre, la fecha y el lugar de nacimiento.

En el primero, El anarquista que se llamaba como yo (Acantilado, 2012) –elegida como mejor ópera prima por la revista El Cultural del diario El Mundo y traducida recientemente al inglés–, el autor narra la historia de su homónimo. Otro Pablo Martín Sánchez, anarquista militante, nacido en Baracaldo a finales del siglo XIX, concretamente el 26 de enero de 1890, condenado a muerte en garrote vil el 7 de diciembre de 1924 por matar a dos guardia civiles.

Cuenta el autor, en el Prólogo del libro, que tras escribir su nombre y apellidos en el buscador de Google, y descartar las primeras decenas de referencias, encontró un artículo sobre el “suicidio” de un anarquista integrante de una expedición armada que pasó de Francia a España, a través de Vera de Bidasoa, en noviembre del mismo año. Llevado por la curiosidad, empezó a indagar y del resultado de sus investigaciones surge esta apasionante novela histórica.

La narración se desdobla en dos tiempos. Comienza en otoño de 1924, en la imprenta parisina La Fratternelle, donde el protagonista trabaja en el momento en el que se inicia su verdadero activismo. Paralelamente, la novela avanza con la narración del origen, infancia y juventud del personaje hasta que las dos historias confluyen. De esta forma, mediante el relato de la vida del protagonista –como si de una novela galdosiana se tratara–, Pablo Marín Sánchez nos muestra un claro lienzo de la España de los últimos años de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, hasta la caída de Primo de Rivera. Pero no solo presenciamos el retrato de funestos episodios de nuestra historia, de las demagogias y utopías de los políticos, intelectuales y gente común que los protagonizaron y la fisonomía de los lugares donde acaecieron, también, entre sus más de 600 páginas, observamos una nítida pintura de debilidades y pasiones humanas, entre las que no faltan el miedo, la traición, la venganza, la amistad, la compasión y el amor.

Si la estructura de este libro es parte integrante de su frescura y de la red que el autor teje –magistralmente– para atraparnos, también lo es la de Tuyo es el mañana (Acantilado, 2016), segunda entrega de la trilogía. En esta oportunidad, la acción se centra en lo que ocurrió durante las 24 horas del 18 de marzo de 1977, día en el que nació el escritor, como apuntábamos al principio. El relato se divide en seis partes. El mismo número que voces aparecen en él. Seis puntos de vista narrativos que discurren en ambientes diferentes y que se irán entrelazando: el de una niña, Clara, obsesionada con “ponerle nombre” a las cosas, que teme ir al colegio porque sus compañeros no la tratan bien; el de una joven, Carlota, que investiga sobre bebés robados; el de un empresario burgués, José María Raich i Ros de Olano, quien cree ostentar pleno poder para, entre otros muchos abusos, tocarle el trasero a la criada; el de Gerardo, un profesor marcado en cuerpo y alma –figurada y literalmente– por sus ideales políticos; el de un galgo de alta alcurnia venido a menos, Solitario VI; y el de un cuadro voyeur, el de María Dolores Ros de Olano i Figueroa, que lleva cien años observando, con católico espanto, lo que ocurre a su alrededor para verse sustituido, de repente, por uno nuevo. Como hiciera en su anterior novela, el autor nos muestra la sociedad de una época, en esta ocasión la de la transición española, en uno de sus años más convulsos. Un tiempo en el que las matanzas, las torturas, las luchas de poder, el bullyngescolar, el maltrato animal, el acoso sexual, el tráfico de niños… estaban a la orden del día. Graves problemas que desgraciadamente siguen sin estar resueltos. También aquí a través de lo cotidiano se muestra lo social, a través de lo singular se narra lo global. Pero, como en la primera novela, no hay denuncia, solo exposición de los hechos. Será el lector atento quien emita sus propios juicios.

De la tercera entrega poco sabemos, salvo que la acción se situará en Reus -lugar de nacimiento del autor- y en un tiempo futuro. Intuimos, no obstante, que como en las anteriores, mediante la intrahistoria asistiremos a episodios que adivinamos tendrán no pocos paralelismos con nuestra actual sociedad.

Como apunta el lingüista holandés Teun van Dijk, es necesario atender a lo global (la macroestructura) para conocer el sentido último de todo texto. Si prestamos atención a lo general de esta trilogía –aun sin posibilidad de haber leído la última entrega– se puede vislumbrar su sentido. Podemos divisar el hilo con el que el autor une pasado, presente y futuro. Un hilo político-social que, como el de pescar, es “casi” tan imperceptible como imperecedero.

Sobre cómo lo hace, remito a las llamadas artes liberales que se estudiaban en la antigüedad, concretamente al Trivium (tri-vium: tres vías o caminos) que contenía las materias: Gramática (o la habilidad de comprender los hechos), Dialéctica (o la habilidad de relacionar los hechos) y Retórica (o la habilidad de la expresión efectiva de los hechos y la relación entre ellos). Cada una de estas materias de aprendizaje también evolucionaba en tres etapas de desarrollo: El ‘conocimiento’ de la materia (el quién, el cuándo y el dónde de los hechos); la ‘teoría’ de la materia (el porqué de los hechos, la razón) y la ‘práctica’ (la sabiduría para relacionarlos y poder emitir juicios). Todas estas habilidades no solo están presentes en la obra de Pablo Martín Sánchez, sino que el autor invita al lector a que también las ponga en práctica. Él nos facilita las herramientas, nos brinda nuevos datos para ampliar nuestro conocimiento sobre la materia y que los relacionemos entre ellos para poder emitir juicios. Me sumo al sentir de Goethe cuando decía que para entender las grandes creaciones hay que verlas no solo en su conclusión, también en su génesis.

Pablo Martín Sánchez es –hasta la fecha- el único miembro español de Oulipo, acrónimo de Ouvroir de littérature Potentielle (‘taller de literatura potencial”) fundado en París (1960) por el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais. Un grupo experimental cuyo paradigma es trazar posibles rutas a través de restricciones autoimpuestas que permitan nuevas formas de creación. Entre los componentes de este grupo hallamos nombres, además de los ya citados, como el de Georges Perec, Italo Calvino o Jacques Roubaud, autores sobre los que basó su tesis doctoral Martín Sánchez.

Si la constricción ha dado como resultado estas joyas qué duda cabe que el método es, cuanto menos, muy efectivo.

[Artículo publicado en 142 Revista Cultural]

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