MARÍA ZAMBRANO. La mirada atenta: arte, dolor y alegría (Rosa Rius)

Descripción:

Este taller tiene como objetivo detenerse en uno de los pensamientos más inspiradores del siglo XX, el de María Zambrano (1904-1991).

Nacida en Vélez-Málaga, hija de maestros, comprometida políticamente y defensora de la República, Zambrano vivió un largo exilio (1939-1984), durante el cual siguió dando forma a una obra que preconiza una razón intuitiva que pone en juego al ser humano completo. Según creía, “sólo se vive verdaderamente cuando se transmite algo. Vivir humanamente es transmitir, ofrecer” (Los bienaventurados). En total acuerdo con su afirmación, Zambrano vivió “verdaderamente”, supo transmitir y comunicar. Si nos acogemos a sus propias palabras, supo ofrecer. Ello no significa que ofreciera sin pedir nada a cambio. Sus textos transmiten, es cierto, pero también requieren una actitud: requieren atención.

María Zambrano se interesó profundamente por la educación y el lenguaje; por distintos saberes y tradiciones espirituales; la poesía y la música ocuparon un lugar fundamental en su pensamiento; atendió a cuestiones éticas y políticas. El arte fue para ella un medio de conocimiento, pero también de recuperación de algo que la humanidad habría perdido.

¿Qué escoger, pues, para trabajar en este taller? Mi propuesta es detenernos en sus reflexiones sobre el arte en general y la pintura en particular; y sobre dos sentimientos, la alegría y el dolor, que Zambrano incluye entre los criterios capaces de procurar sabiduría.

Para reflexionar sobre el arte consideraremos su invitación a mirar –y también a escuchar– sin precipitación. Zambrano contaba que la pintura la había llevado a escribir numerosas páginas. De ahí que afirmara que el arte pictórico le había permitido “ver” e impulsado a hablar de lo que veía. El mismo proceso, en su caso, es extensivo al arte en general, no solo plástico. En cuanto a la alegría y el dolor, nos demoraremos en pasajes en los que expresa la voluntad de oponerse a que la filosofía se signifique sólo dolorosamente. Ello no supone abanderar un optimismo ingenuo. Nada más alejado de un pensamiento que, sin buscar “el sentido” del dolor, logró dotarlo de algún sentido; y alentó, al mismo tiempo, a valorar el instante como condición necesaria para reconocer la asombrosa potencialidad de la alegría.